Queda demostrado que La vegetariana necesitaba una segunda lectura por mi parte, más atenta, más sosegada, sin el ansia se saber de qué iba la cosa y cómo terminaría.

Si la vez anterior me pareció un libro potente e interesante pero con el que no llegué a conectar del todo, esta vez me ha parecido brillante y hermoso. Durísimo, sí, de una brutalidad descarnada, también, pero hermoso y hasta diría que luminoso en cierto sentido.

Porque allí donde parece que solo hay locura y autodestrucción, lo que hay es una semilla que crece y extiende sus ramas tocando la (no) vida de las personas cercanas y cambiándolas para siempre, obligándolas a salir de la pasividad y renuncia en la que se encuentran. Una semilla de autodeterminación individual e insignificante que hace tambalearse al mundo